©ìionKùñ@
La primera vez que leí L’enfant de sable (1985) del escritor marroquí Tahar Ben Jelloun algo me evadió. En aquella clase universitaria de literatura francesa, los lectores nos demoramos sólo en la violencia de género de la narración: Ben Jelloun narra la historia de un patriarca que, motivado por el fervor y la presión social de engendrar un varón, hace creer a todos que su octava hija es niño. El patriarca da el nombre de Ahmed a esa niña, y despliega a su alrededor un teatro tan revelador como violento para convencer a los demás de su condición de varón. Por ejemplo, el patriarca se desangra los dedos de las manos al momento de practicar la circuncisión, y riega su sangre sobre los genitales de Ahmed, en un movimiento rápido y efectivo, para engañar a la comunidad. Sin embargo, los únicos que no pueden ser engañados somos los lectores; lo sabemos cuando Ahmed, gozando de su privilegio masculino, entra al hammam a escuchar la conversación de los hombres adultos. O cuando socializa con las mujeres en la cocina, demostrando una cierta feminidad, sutil e introspectiva, que lo/a revela como una dualidad incierta: ¿es una mujer que deviene hombre o al revés? ¿O es acaso una rareza espectral capaz de desplegar ambas posibilidades de género, ampliando el potencial de crítica social? El estilo literario de Ben Jelloun y la incertidumbre de las categorías de género, tal cual se ejercen en la vida de Ahmed, hicieron que ese libro me persiguiera por varios años. Volví a ese texto dos o tres veces más; incluso rastreé su secuela La nuit sacrée (1987), pero esta me dejó aún más desasosegado ante su impenetrabilidad epistemológica.
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