Alejandro González | «Conducta Impropia» | 2008 | Cuba

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Aquí un caso donde el uso del espacio en la imagen genera un modo de visibilización de la subjetividad queer. En él, la abyección no se genitaliza, sino que se torna paisaje, museo ambulante y registro arquitectónico: formas de desfamiliarización, o extrañamiento, que movilizan lo ignominioso fuera de la inmediatez del sexo.

           Planeada como una “denuncia contra la homofobia”, Conducta Impropia del fotógrafo cubano Alejandro González, es un inventario de personas sujetas al rechazo o exclusión sin que, en la fotografía misma, esas actitudes estén marcadamente representadas. La reflexión que el artista incita se vuelca, entonces, sobre el espectador pues lo obliga a pensar en cómo y quiénes son realmente los impropios: si esos individuos retratados en la floración de su deseo o nosotros al enjuiciar su desenvoltura tras años de represión sexual. Y es que junto con el cúmulo de fotografías, González propone un informe sobre la ruta histórica  a que se doblegó la homosexualidad cubana para investirla como conducta impropia.

      En la descripción de su trabajo,[1] el mismo artista se asume “foráneo” a esa comunidad, pero ello no le impide penetrar en una celebración que éstos realizaban en una conocida playa de la Isla, Mi Cayito. A pesar de que el artista accede a ese sitio con un “interés científico” en mente, el resultado final carece del espíritu meticuloso que sí ostenta el mexicano Jesús Flores, por ejemplo, debido a la distancia que desde el inicio el fotógrafo cubano reconoció y ejerció.

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         No obstante, su lente logra fijar el intercambio de miradas y posturas que caracteriza la relación entre esta comunidad disidente, y no solamente en Cuba, y los mecanismos del poder: de apertura vigilada. La figura de arriba lo ilustra monumentalmente: desde la esquina derecha, tres gendarmes cubanos atraviesan el paisaje con su mirada. No hay punto en el horizonte que no sea minado por los silencios de su oficialidad, aun desde el aparente margen al que se relegan. Un poco más adelante, comienza a bullir el aglomerado homosexual apartándose de nosotros y de los policías, como protegiendo un lugar recóndito dentro de un enclave permisible; no basta que el poder acepte la proliferación de dicho sitio de reunión, sino que sabiéndose todavía sometidos a esa mirada hegemónica, los homosexuales producen otro en el que todo código ajeno es suspendido para garantizar la libre circulación de ánimos y deseos. Alejandro González se refiere a ese sitio como un “ambiente festivo” donde se favorece la “multiplicación de clichés sobre el mundo gay,” enfatizando su propia localización no sólo física sino psíquicamente fuera del campo de visibilidad que esa disidencia estimula.

      Mi Cayito, de Alejandro González, es una heterotopía de la misma manera que para otros lo es el cuarto oscuro o los baños públicos.

[1] “Conducta impropia”, accesado el 30 de agosto 2013. http://alejandrogonzalez.wordpress.com/conducta-impropia-i/

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